Una inmensa mayoría de personas, pese a abandonos recientes y muy llamativos, son activos diariamente en sus redes sociales. Muchos más son las que las usan como receptores. Llega el momento de preguntarse por su buen uso.

  1. Tomar el control. Lo primero y básico, por raro que parezca, es tomar el control de internet. Llevarlo a la propia vida y encajarlo en ella. Porque de lo contrario las redes se apoderan del tiempo y del espacio hasta conseguir llenarlo todo. ¿Quién decide cuando se atienden mensajes? ¿Cómo frenar el continuo bombardeo y las rutinas expansivas?
  2. Con quién estás. Esto incluye tanto a quién lees y sigues, por lo tanto, con quién mantienes una especie de relación de discipulado y atención, como a quién permites que tenga acceso a tu vida. Y por qué se dan estos vínculos. Más allá del número está la calidad. Es más que evidente el enriquecimiento profesional y personal que genera la comunicación y el compartir contenidos relevantes, pero también lo es el riesgo de vivir siempre hacia afuera, pendiente del qué dirán y actuando en función de una demanda de éxito.
  3. Hacia la simplicidad. El progreso ha sido imparable. Han llegado cientos de herramientas que se pueden aplicar a casi todo. Si sales a correr, si quieres leer un libro, si quieres conocer opiniones sobre el libro que lees, si quieres cocinar, si quieres dormir mejor, si quieres…

    ¿Cómo hacer del móvil un instrumento altamente provechoso? ¡Eliminando y simplificando!

    ¡No dejándose invadir por espirales consumistas que terminan por rasgar vida y tiempo!

  4. Pararse y preguntarse cosas evidentes. Por qué no, de vez en cuando y con cierta frecuencia, dejarse cuestionar quebrando las rutinas. Y preocuparse por lo esencial: ¿Por qué sigo en tal o cual red social?, ¿Qué aporta a la vida y qué resta? ¿Qué imagen doy?, ¿Se corresponde con quien soy o he caído en apariencias? ¿Cuál es el grado de ruido e interferencia que introduce en mi vida ordinaria? ¿Por qué hago lo que hago en la red?

No seremos expertos en tecnologías, pero lo humano nos afecta a todos. En el siglo XXI lo más humano, también lo más divino, o se hace presente en la red o no será un siglo ni humano ni divino.