“En primer lugar, todos somos llamados a creer en lo que estamos llamados a aportar. Creer no solo de modo teórico, sino de modo comprometido, como creemos los creyentes. Creer de modo que nos entregamos a aquello en lo que creemos. Es decir, contribuir a crear un ‘contexto de corresponsabilidad’. El obispo, el párroco, la congregación religiosa, el docente, el laico responsable, el padre de familia… Cada uno sabe qué debe aportar. Y si no lo hace, el proyecto se debilita” (Papa Francisco, en audiencia a OMAEC).

SARA ARÉVALO JIMÉNEZ | Cuentan de Lev Tolstoi, que cuando tenía unos doce años se preparó a conciencia —nunca mejor dicho— su primera confesión. Estaba embargado de sentimientos sublimes y buenos propósitos. Y, mientras se encaminaba a la iglesia en coche de caballos, hacía partícipe al cochero de su interioridad. “¡Bah! Esas cosas son cosas de señoritos; no de nosotros”, le respondió este. Aquel hombre, en algún punto, tenía razón. Antes de tanta cavilación se nos presenta la vida. Ha ocurrido siempre en tantos años de historia que lleva cumpliendo el cristianismo. La vida, con sus soledades y sus primaveras, es el valor que prima en cualquier hijo de la Iglesia, y en ella el Concilio Vaticano II nos enseñó a leer sus ‘signos’.

Dicen que al concluir la Segunda Guerra Mundial, en el contexto del Renacimiento cultural que se produjo en Europa a partir del 45, fue cuando los teólogos pusieron el foco en el laicado. Antes, claro, también se hablaba de los laicos. La Iglesia, inserta en la sociedad, reflejaba en su organización una imagen piramidal, al ritmo de los tiempos. A los laicos solo les quedaba ocupar el sitio de aquellos que habían de recibir pasivamente la acción santificadora del clero. Con la llegada de la Ilustración, y el posterior paso de los años, dicha imagen piramidal cambió por una imagen circular, y la Iglesia puso en el centro al Pueblo de Dios, punto de partida de una identidad común. El cambio es brutal, pues viene a significar que antes de clérigo o laico, se es bautizado. Y como tal, miembro de una misma comunidad. Es decir, desde el obispo de Roma hasta el niño pequeño que anda preparándose para hacer la primera comunión, lo que prima es la importancia de ser creyente. Luego, lógicamente, cada cual hará visible a la Iglesia en la medida de la vocación a la que haya sido llamado. Y la vida laical, así las cosas, siguió –y sigue– caracterizándose por su presencia y su acción en el mundo. Este es visto como ‘espacio donde desarrollar la misión’, es decir, el mundo es lugar donde Dios se hace presente, y es necesario anunciarle. Ser laico no designa una mera situación sociológica, sino, precisamente, un estilo de seguir a Jesús en el seno de la vida cotidiana.

Tensión intra/extra ecclesia

Tomar parte en la tarea de asimilar lo más fascinante de Jesús es transmitir su mensaje fuera de los muros de la parroquia, en la calle, en las plazas y también dentro de casa. Ser ciudadano religioso no consiste en ir desdoblando la identidad según se esté dentro o fuera de la parroquia. No caben dos discursos, uno pensado para ámbitos públicos y otro, para situaciones privadas. También convendría usar el lenguaje de modo que pueda ser entendido por todos. Un lenguaje secular no significa imitar una ‘jerga clerical’. Para Dolores García Pi, la actual presidenta del Foro de Laicos, y José Antonio Cecilia, miembro de la Comisión Permanente de esta misma institución, “los laicos estamos llamados a encarnar nuestra vocación a la santidad en medio del mundo: es una apuesta de transformación de la sociedad, comenzando por nuestros entornos familiares, políticos, y culturales; es hablar de misión, carisma y gratuidad, siempre impulsados por nuestro deseo de servicio. Es hablar de Iglesia Peregrina”. Por su parte, Dolors Serradell, miembro del Consejo Regional de los Seglares Claretianos España-Norte señala que “también es importante el hecho de considerar, en nuestra vocación, que además de evangelizar hay que aceptar el ser evangelizados. Creo que el mensaje de Jesús también nos llega a través de los demás, en las diversas situaciones que se nos presentan”.

Primeras tensiones

No tardó en llegar a nuestros días la primera tensión: el preocupante lugar que algunos seglares reclaman en la Iglesia responde más a una especie de funcionalismo al servicio del clero que a una búsqueda de identidad en el seno de la comunidad cristiana. Quizá sea porque olvidan que las parroquias, los movimientos o las actividades apostólicas no son empresas donde haya que primar la eficacia. O puede que sea porque haya alguien que prometa el cielo a quien se apunte a cumplir ciertas reglas. En cualquier caso, son ya muchos los signos que indican que ese no es el camino. Más bien, es necesario mirar cara a cara a este mundo nuestro. Nuestras sociedades, nuestros barrios, necesitan de una vivencia de fe que obre íntimamente solidaria con las aspiraciones y dramas de aquellos que aun estando cerca, se encuentran más solos. Para Arturo Peñas, laico que ocupa puestos de gobierno junto a Serradell en el movimiento de los Seglares Claretianos, “el compromiso cristiano se percibe de forma tenue porque además de concienciados, hay que saber dar ejemplo con naturalidad. Requiere cierta sensibilidad espiritual”. Desde Acción Católica, Eva Fernández Mateo, su presidenta, advierte que: “para asumir las responsabilidades personales, y ser fieles en los compromisos adquiridos en la comunidad eclesial y en la vida pública, las comunidades eclesiales deberían ofrecer más ayuda y los medios necesarios para personalizar y vivir la fe”. Además, añade que “sin acompañamiento, sin comunidad, sin un itinerario formativo… tenemos difícil desarrollar la vida de fe con todas sus implicaciones”. Por su parte, desde presidencia de Foro de Laicos, matizan que “aunque es verdad que existe un déficit de presencia de los laicos en muchos ámbitos de la cultura, no es así en tantos otros como en el campo de la educación o de la lucha contra la pobreza. Y esto hay que ponerlo de manifiesto. Hay mucho trabajo que los laicos pueden hacer –y, de hecho, hacen- desde el silencio, el anonimato y la gratuidad”. En esta misma línea, Serradell contesta con una pregunta “¿por qué será que el testimonio de los que nos sentimos Iglesia no tiene la suficiente fuerza?” y añade otro comentario al respecto: “quizás hace falta hacer más caso al papa Francisco cuando dice que seamos una Iglesia ‘en salida’”. El tema pendiente es descubrir cómo poder darle forma a esto. Pasar de una pastoral conservadora a una misionera. Ciertamente, son muchos los cristianos que no llegan a comprometerse nunca con su fe de puertas de la Iglesia, hacia fuera.

Y varias son las causas que motivan este desapego. El Papa constata esta falta de autonomía y compromiso de los laicos en Evangelii Gaudium, y la achaca entre otras razones “a un excesivo clericalismo que los mantiene al margen […]. Pues si bien se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios laicales, este compromiso no se refleja en la transmisión de los valores cristianos en el mundo social, político y económico”. Esta ausencia es el gran contrasigno de la comunidad cristiana a la sociedad. Y lo es puesto que “tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente” tal como el mismo Santo Padre ahondó al respecto en una carta dirigida al Cardenal Ouellet. Eva Fernández, desde presidencia de Acción Católica, comenta que: “superar este clericalismo comienza por generar conciencia de que Dios nos llama a todos, fomentando la corresponsabilidad ejercida a varios niveles”. Es decir, colaborar ‘con otros’, en una misión común que se presenta tarea urgente, tal como nos recuerdan Dolores García y José Antonio Cecilia desde Foro de Laicos: “Tiene que existir un aumento en esta conciencia de ‘Pueblo de Dios’, es decir, de ser familia en la que circule la comunión. Y, en consecuencia, un crecimiento en la corresponsabilidad de todos los miembros de la Iglesia. Es algo más que tener un papel u otro. Significa aprender a descubrir que cada uno tiene un don y una gracia específica que compartir y poner al servicio de los demás. Y que, si falta esa aportación, lo sufre toda la misión”. Desde los Seglares Claretianos, Dolors Serradell afirma que “No me imagino que una familia que quiera salir adelante planifique su estrategia intercambiando los papeles, y los padres tomen el rol de hijos y los hijos el de los padres. Aún nos queda mucho por recorrer en el camino de la escucha y la comprensión”.