IGNACIO VIRGILLITO ANDRADES | Estrenó septiembre recién aterrizado de Dublín. El profesor Fernando Vidal Fernández, Doctor en Sociología y Director del Instituto de la Familia de la Universidad Pontificia de Comillas, acaba de regresar del Encuentro que ha convocado la Iglesia para las familias. Contagia entusiasmo cuando defiende el papel de esta en la sociedad y celebra que cada vez haya menos miedo a expresarlo. “La familia está viviendo una primavera”.

¿Qué resaltarías del viaje a Dublín?

Se produce el encuentro en Dublín, en una Iglesia que está en shock por los abusos sexuales y donde la sociedad está inmersa en una crisis de confianza respecto del catolicismo. Pero se ha visto que la Iglesia ha dado pasos ya. Desde luego la presencia del Papa ha supuesto un punto de inflexión porque Irlanda ha sentido que la Iglesia pide perdón. No con la boca pequeña, sino de corazón, y señalando el problema de fondo, que es el clericalismo. Pero es verdad que las víctimas piden pasos y cambios concretos. Y eso es algo a lo que el Papa se ha comprometido.

Pero el Encuentro Mundial de las Familias ha sido mucho más. Se ha podido contemplar más pluralidad de Iglesia, una Iglesia más abierta. Se ha visto que hay una Iglesia que acoge con pasión Amoris Laetitia.

Parece que la familia nunca se agota, y que siempre nos obliga a seguir avanzando, ¿Pero crees que ha cambiado la forma de llegar a las personas?

Hablamos a otra escala. A una escala más humana. Antes la pastoral hablaba desde un prisma más institucional, establecía un ideal de familia y se trataba de que la gente alcanzara ese ideal. Las familias percibían que se dirigían a ellas con muchas normas en la mano y así es muy difícil que seamos capaces de conectar. Pienso que es necesario ver las cosas desde la escala humana, poniendo énfasis en cómo lo vive cada persona. Quizá es que ahora estamos un poco más centrados en Jesús, en cómo caminaba por las calles, entre las personas, y así nos vamos alejando paulatinamente de una visión institucional. En realidad, es tener la mirada de Jesús.

Antes has hablado del clericalismo, esa palabra que quiere decir muchas cosas…

Jesús nunca recurrió al poder para poder comunicarse. Más bien, como al joven rico que dice el Evangelio: le miró a los ojos, le amó. Es importante caminar con la gente, y es el verdadero significado de sinodalidad. En este sentido, yo creo que el Papa Francisco ha impulsado una Iglesia sinodal que ya fue querida en el Vaticano II.

Aun así, es cierto que desde dentro de la Iglesia pueden oírse ciertos comentarios exagerados. Y entendemos que, en el fondo, la intención es la de procurar que los fieles se comprometan, pero pienso que estas formas tampoco son las más adecuadas, puesto que al final cala cierta desolación y desconfianza en relación a la sociedad. Yo, por el contrario, pienso que cualquier mirada al planeta nos habla de millones de jóvenes que están procurando formar una familia. Sueñan enamorarse, con cuidar a su pareja, intentando que sea para siempre. Ciertamente, la familia está en el origen del ser humano. Y eso va a estar siempre. La familia es la estructura más profunda, más originaria del ser humano. Y si se llegara a ‘destruir la familia’, probablemente nos deshumanizaríamos.

Estamos en una primavera de la familia, porque nos hemos liberado de corsés institucionales -y muchas veces estatales-. Yo lo que creo es que estamos en un proceso en el que las generaciones jóvenes piden una familia mucho más auténtica, que solo dependa del amor, y eso es bueno.

El Magisterio del Papa ha puesto de relieve el acompañamiento, y para que pueda llevarse a cabo un punto clave son las parroquias ¿Cómo percibes a estas?

Al leer Amoris Laetitia caes en la cuenta de que no es una encíclica sobre la familia, es sobre el amor en la familia. Y es un matiz muy sutil pero muy interesante, porque no se basa en una defensa de un tipo de modelo familiar de una forma determinada. Es una encíclica sobre la esencia, sobre el espíritu de lo que debe alimentar una familia. Y esto es sin duda algo que requiere una conversión del corazón en cada uno de nosotros porque cualquier cambio a favor del amor en la familia requiere una conversión. Y creo que las parroquias deben hacerlo, interrogándose sobre su forma de atender, o de estar con la gente.

Debe haber una reformulación pastoral a favor de Amoris Laetitia, que en realidad es una llamada para que las familias vivan alegres y amen a la gente, incluso a sus enemigos. Si los feligreses en la parroquia se sienten llamados, siendo ellos mismos razón de amor y de alegría… esa es una parroquia muy buena.

¿Hoy es contracultural el papel de la familia en la sociedad?

Vivimos en una sociedad consumista que parece que dice que el consumo es una actividad placentera, una experiencia de desborde… pero no es así. El consumismo es un entrenador tiránico, muy exigente, que nos aprieta cada vez más hasta ahogarnos. Y vemos cómo las políticas a favor de este consumismo terminan por estatalizar nuestras vidas. En el mundo laboral y entre personas también lo vemos, cuando por ejemplo aparece este consumismo que hace primar solo lo útil, buscando siempre razones económicas. Por el contrario, frente a este mundo, la familia aparece como un lugar de donación, de entrega, de estar con los otros, un lugar de la belleza y del disfrute de lo que no tiene precio, pese a estar lleno de valor. Ciertamente la familia está incómoda en un mundo así. La crisis que sufre la familia es en realidad una crisis de vínculos. Y no es exclusiva de la familia, también se muestra en cualquier ámbito donde exista comunidad, porque las relaciones entre las personas adolecen de esta desvinculación. En este sentido, lo que pienso que debemos hacer es confiar en la familia como fuente de fraternidad, como fábrica de vínculos. Para hacer este mundo sostenible, necesitamos de la lógica que brota espontáneamente de dentro de las familias. Lo que éstas ofrecen puede regenerar la sociedad frente a esta crisis de vinculación. Si nos dejáramos llevar por el individualismo y el utilitarismo, empobreceríamos la fórmula con la que contamos para recrear la sociedad. Es decir, empobreceríamos a la familia.

¿Crees que se le está quitando mucha ideologización a cuestiones pro-vida, o pro-familia?

Cualquier política que se quiera tomar en serio a sí misma recurre a la familia. Porque la educación, la economía, la igualdad… siempre miran primero a ella. Por eso creo que es dramático que siendo la familia una institución tan central para cualquier sociedad, se haya visto pintada solo por un único color político. Y no han faltado voces que han acusado a parte del mundo católico de procurar monopolizarla, como si solo los católicos tuviéramos la verdad sobre la familia. Esto no es así. Los católicos tenemos una propuesta sobre la familia, pero no tenemos el monopolio. Y también es cierto que el rango de temas que se desplegaban para explicar las políticas a favor de la familia, era bastante estrecho. Casi exclusivamente relacionado con cuestiones de ética de la vida. En efecto, son cuestiones graves, pero hemos de darnos cuenta de que la familia afecta en todos los frentes políticos. Luchar por la defensa de la familia es quererla libre de ideologías o religiones. Es obvio que hay diversos modos de abordar la familia, así que tratemos de alcanzar un consenso. Abramos la posibilidad de dialogar, de crear espacios donde encontrarnos.

Parece que este consumismo del que hablabas va también en contra de valores de la infancia, como son la ingenuidad, el altruismo o la confianza. Da la impresión de que si uno no llegara a desprenderse de esos sentimientos no conseguirá ser mayor, ¿Esto ha pasado siempre? ¿por qué se ahogan estos valores?

No ha pasado siempre. Hay un término nuevo, que mi hijo, el psicólogo Javier Vidal ha bautizado como ‘infantofobia’. Es decir, la exclusión de los niños y la cultura infantil de la vida pública. Y no es que los niños sean solamente marginados de los espacios públicos. Es que hay todo un movimiento, Freechild, que está presente en restaurantes, vagones de trenes… y tiene como fin el no aceptar niños. No solo porque monten jaleo, sino porque no se aceptan los valores que implica la infancia. Me refiero a la cultura del ensayo, de la búsqueda, de la libertad. Lo normal es que en la sociedad convivamos entre todos, pero en esta época, en la sociedad del descarte, no se acepta fácilmente a la lógica infantil. Debemos estar alerta respecto a este fenómeno porque hay un tema cultural de fondo y supondría una pérdida de valores fundamentales.

¿Y los abuelos? Muchas veces parecen los que se encuentran en las periferias de cada familia… 

Estoy de acuerdo con el Papa, cuando alguna vez le he oído decir que la vida humana puede dividirse en tres tercios. El primero, niño y joven; el siguiente, el de la vida adulta y económicamente productiva. Pero hay otro tercio más, que es la vejez y que no debemos confundir con el tiempo en el que uno solamente se prepara para morir. No es eso. Se entra en otro tercio de la vida, y se sigue produciendo cultura, ciudadanía, valor y familia de un modo tremendamente valioso. La vejez no es la edad de los abuelos mayores. Hoy impera otra lógica, y la cultura de los abuelos ha cambiado. Hay cada vez hay más noticias vinculadas al mundo de los abuelos porque son mucho más activos. Ya no son ancianos, en este sentido.

¿Qué esperas del Sínodo de los jóvenes?

No solo son convocados los jóvenes para este Sínodo, sino que en este Sínodo, la Iglesia se convoca a hacerse joven. Y creo que no es solo una retórica, si no que verdaderamente la Iglesia está intentando ser más joven, más fresca. Nacer de nuevo. Entusiasmarse y ver el mundo con ojos esperanzados. Yo creo que el Papa Francisco es tremendamente joven. Se ve en su lenguaje, en su forma de reaccionar, en sus expresiones y por eso conecta con la gente joven. Y se ha consultado a los jóvenes de manera muy auténtica y abierta. Y los jóvenes han respondido. Hoy se puede hablar sin miedo de cualquier cuestión. Se puede preguntar a los jóvenes dónde tienen sus sueños y sus ideas. Además, es un momento muy propicio, pues pienso que la Iglesia también está ante el desafío de Nicodemo. Es decir, preguntándose cómo nacer de nuevo. Y esto es algo que se preguntan en Irlanda, Pensilvania y Roma. Por eso creo que este Sínodo no es solo sobre la pastoral de los jóvenes, sino sobre la propia identidad de la Iglesia.