Para poder entender la vida, hay que empezar entendiéndose uno mismo; lanzarse a la aventura de buscar razones, causas y motivos de lo que hace que, en muchas ocasiones, falte ver con claridad el sentido en la propia vida, el camino a seguir. Hay heridas en el corazón, heridas viejas, sangrantes y dolorosas; heridas que ocultamos, de las que nos desentendemos; que no queremos remover, pero que siguen presentes. Descubrirlas para conocer sus causas, ayuda a vivir con ellas y convertirlas en cicatrices. Este es el viaje que emprende Diane, buscando encontrase a sí misma para poder entender la vida, su vida. Un verso de Alfred de Musset —Frape-toi le coeur— le lleva a estudiar cardiología; desea conocer el corazón y la mente; y conocerlo hasta el fondo. Busca, golpeándose el corazón, encontrar las causas que le hacen sufrir, la ausencia de afecto materno desde la niñez y la crueldad persistente en sus relaciones con ella. Es Diane la que golpea su corazón, y en la tarea encuentra todo un mundo interior complejo en las relaciones humanas; un mundo plagado de rivalidades, celos, ansias de poder y manipulación de los otros. Un mundo de gente que necesita ser amada, que mendiga amor.

La novelista Amélie Nothomb, nacida en Japón pero residente en París, escribe un texto breve, 150 páginas, pero intenso. Una novela que, aunque escrita por una mujer y que trata de mujeres, no busca solo lectoras; va más allá. Se trata de una fábula descarnada y cruel, a la vez que conmovedora y tierna; ácida y divertida, escrita de forma limpia, sin florituras, precisa, aguda, original y bien estructurada. Con esa precisión parece que busca, como Flaubert, diseccionar a una nueva Madame Bovary de los pasados años setenta. Tras su lectura da la sensación de que, tras un gran esfuerzo estilístico, formal e innovador, la novelista quiere celebrar su novela número veinticinco regalando al lector, condensado y en esencia, lo mejor de ella, brindando con una copa de vino excelente, aunque áspero y seco. 

Por Juan Rubio Fernández