Aproximadamente a mediados de junio del 1939 finalizó la travesía del Sinaia, un barco que transportó a México a 1600 refugiados españoles que huían de las consecuencias de la Guerra Civil Española y de los campos de concentración franceses. La travesía duró menos de veinte días. Luego vino el resto de la vida de los exiliados, muchos de ellos eran menores que viajaron sin compañía. Dos años antes, en 1937: el episodio de los niños del Morelia. Esta vez fueron 456 niños de la guerra española que también fueron llevados a México. Los menores fueron acogidos y alojados en dos edificios de la Escuela España-México. Niños que viajaron solos, inscritos por sus padres en un ficticio viaje de colonias vacacionales. Sabemos que sus familias buscaban para su prole una tierra que no ofreciera el horror del polvo y de la pólvora, de los muertos y los abusos de todos los bandos. Esos niños quizá tuvieron la oportunidad de ver más allá de tanta confusión.

Niños del Morelia

“Si hoy no llegan más niños a España es porque no pueden. Porque no tienen medios para hacerlo”, afirma rotundamente Juan Carlos Rodríguez, coordinador al frente de Fundación Pinardi, una federación de plataformas sociales de inspiración salesiana que, sensible a las nuevas formas de desventaja social, ofrece acogida y presencia a los jóvenes en riesgo de exclusión, tal y como hiciera san Juan Bosco en el norte de Italia en el siglo XIX. “La realidad –continúa Rodríguez– es que respecto de los menores la administración nos solicita ayuda antes de que nosotros podamos ofrecerla”. Él mismo recibió la primera llamada desde la Dirección General de la Familia y el Menor en septiembre de 2018. Fue el mismo día que le estaba escribiendo la Confederación de Religiosos Españoles, (CONFER) por el mismo motivo. Ambos le hacen saber que en el centro de Primera Acogida de Menores de Madrid, en el barrio de Hortaleza, están desbordados. “Sois salesianos, sabemos que podéis asumir este reto desde vuestro carisma”, le animaban. Pinardi decidió que iba a apostar por estos jóvenes; es más, han querido asumir un itinerario de acompañamiento completo para ellos, aún cumplidos los dieciocho. “Es bien sabido que el día que cuentan con la mayoría de edad, el interés superior del que se alardeaba se convierte en desinterés absoluto”.

Antes de las navidades del año pasado se pudo recibir a los dos primeros chicos. Un piso cedido por las Congregación de las Carmelitas Misioneras de Parla ha servido para que los jóvenes atendidos sean ya cinco, con edades que van desde los 14 a los 17 años. “El día que me acerqué a por los dos primeros fue uno de los más duros de mi vida”, recuerda Rodríguez. “Muchos niños me pedían que por favor les llevara también conmigo”. El número de menores no acompañados registrados en España en diciembre pasado era de 13.012 (más del doble que en 2017), de los que el 68% son marroquíes y el 93,5% varones.

Fundación Pinardi sabe la verdad de la situación de este colectivo al que se le tapa la boca; al que o bien se criminaliza desde algunas plataformas, -políticas o de comunicación-  o se le mira con condescendencia desde otras. En definitiva, se les abandona y se les persigue. Ellos son niños que no pudieron defenderse del futuro que les aguardaba de manera mejor que jugándose la vida de polizón en un barco. Saben que otros lo intentaron y murieron. La lucha de estos trabajadores por los menores lo es también por romper con la soledad que le rodea. “La gente que nos conoce y sabe del trabajo que realizamos desde Pinardi nos tiene en gran estima. Nos saludan a la salida de misa, muchos vienen a darnos ánimos, a decirnos incluso que nuestra labor es encomiable y que ellos no podrían”, comentan los responsables de la fundación salesiana, “pero basta plantarlos frente a alguno de estos menores para que mirándoles, sean incapaces de verlos. Simplemente es como si desaparecieran a sus ojos”.

Ellos, los niños, saben que cada vez que en la calle se habla de los MENA se asocia su nombre a la delincuencia. “Podríamos empezar por pensar que son niños”, matiza Rodríguez “e ir quitándoles etiquetas”. A estos jóvenes se les exige lo que a ninguno. Ejemplaridad. Elegantes modales. Debido silencio. Lo tienen, cuanto menos, el doble de crudo. “Habría que habernos visto a nosotros mismos con dieciséis años, y recordar qué es lo que se nos pasaba por la cabeza entonces”, apostilla nuevamente el coordinador de Pinardi. Los sueños, al cabo, no difieren de los de la mayoría de chicos de su edad. Son forofos del fútbol y andan preocupados por su aspecto, con sus peinados imposibles, luciendo orgullosos las camisetas de sus ídolos. Enfadándose cuando se les retira el móvil o cuando se les interrumpe el ocio para que se pongan a estudiar. Y no. No cobran ningún tipo de paga mensual con cargo a los fondos públicos. La fundación se ocupa de sus gastos de alojamiento, manutención, ropa… “Y dentistas. Cómo no hablar de los dentistas”, ironizan desde Pinardi. “Pero los chicos, por su trayectoria vital, caen en la tentación de llevar todas las situaciones al extremo” advierten también. “Nosotros sabemos que tenemos que educar partiendo de sus conflictos. En este contexto, de llevarlo todo al límite y contando además con el enorme choque cultural, claro que existen casos de chicos que no se adaptan y que prefieren vivir al margen, pero eso no debería sorprendernos. Ha ocurrido siempre, en todas las sociedades”. Y a partir de este punto, continúa Rodríguez diciendo: “Lo que sí nos sorprende es que el tanto por ciento de chavales que no quiera adaptarse agravará el problema de los demás por culpa de la mala gestión de las leyes orgánicas de protección jurídica del menor. Al igual que en educación, en asuntos sociales no hay consenso entre los partidos políticos”. De momento los trabajadores de Fundación Pinardi no tiene más planes que continuar con su labor. “No entraremos en otra política que no sea la del Evangelio”, sentencian.