Acaba de publicar ‘Peregrinos del absoluto’ ¿Qué necesita aprender nuestra sociedad de los místicos?

De los místicos tenemos que aprender muchas cosas. Enfrentarse a la muerte y a la soledad, a la que nos hemos visto obligados por esta pandemia, pese a que la sociedad lo ha intentado ocultar procurando que olvidáramos que somos seres contingentes, precarios y finitos. La mística nos plantea la posibilidad de ir más allá de lo inmediato. Tradicionalmente, entendemos por mística lo que entra en contacto con lo sobrenatural, pero yo también entiendo que la mística es la búsqueda de un absoluto. El ser humano busca el placer y el poder, pero lo único que le produce verdadera satisfacción es el sentido. Siguiendo con este razonamiento, la mística abre un camino de búsqueda a algo trascendente y valioso, y recorriéndolo habrá momentos que den lugar a multitud de respuestas fundamentales, o más o menos definitivas. Lo que caracteriza al hombre es que es un animal que pregunta, un animal metafísico. Y así también sostengo que también puede haber místicos ateos. Pienso por ejemplo en Georges Bataille o Emil Cioran. En último término, lo más determinante en el ser humano, como decía Viktor Frankl, es la búsqueda del sentido.

La mística abre nuevos espacios. Una apertura que nos pone en contacto con lo infinito, con lo sobrenatural, o al menos con un absoluto que salva del escepticismo, del desengaño y del nihilismo.

En un panorama lastrado por las consecuencias de la posmodernidad, y que equivalen a la pérdida de sentido que apuntabas, o al relativismo de ‘todo a un euro’. ¿Están cayendo nuestras sociedades en una derrota del espíritu?

Yo creo que sí que hay una derrota del espíritu. Y creo que no viene de ahora, de nuestra posmodernidad, sino que comenzó al finalizar la II Guerra Mundial. Se percibe bien en ‘El extranjero’ de Albert Camus. En esta novela, el protagonista ha perdido todas las referencias morales, no tiene ninguna certeza, ni convicción. De hecho, comete un crimen absurdo, sin ninguna motivación clara.

Después de Auschwitz, después de Hiroshima, parece que todas las certezas se derrumbaron, tanto las ideológicas como las espirituales y desde entonces hemos ido avanzando hacia un ‘todo vale’. Lo único que se mantuvo algo durante un tiempo fueron algunas ideologías políticas, como el marxismo, pero terminó de caer con el muro de Berlín, después de comprobar definitivamente que en los países del Este no había libertad, que aquello no era nada utópico.

Y sí parece que el ser humano se ha quedado vacío y desorientado, llegando muchas veces a demasiada frivolidad. Vivimos en una sociedad donde se consume todo, incluso las personas y las relaciones sentimentales son más inestables. No es que no haya valores; es que estamos desorientados. Parece que estamos abocados a padecer un cuadro de anemia social donde la espiritualidad es un estorbo.

Parece que impera la salvación personal, pero el místico tiene otra propuesta, ¿no?

Sí, claro. Los místicos hablan de la búsqueda de Dios, que incluye la búsqueda del otro. No se entiende ir en búsqueda de Dios ignorando a nuestros semejantes. De hecho, hay muchas personas que han manifestado encontrarse con Dios a través de los otros, especialmente cuando éstos se encuentran en situación de precariedad, sufrimiento o fragilidad.

Los místicos proponen el acercamiento a Dios, la búsqueda de un absoluto que se encuentra transitando el camino de la belleza, de la verdad o de la bondad. Pero en último término los místicos subrayan la dimensión del ser humano dentro de una comunidad. A fin de cuentas, santa Teresa lo que funda son comunidades. Ella no se va a una ermita a estar aislada, sino que busca a Dios en comunidades de convivencia, en las que existe fraternidad. Estos espacios son muy necesarios y de ello nos damos cuenta especialmente ahora, cuando tantos se sienten tan desamparados y vulnerables.

¿Dónde están las voces que hoy por hoy son capaces de llegar a un público amplio? ¿Existen estas voces en tiempos de crisis?

Bueno, hay voces que merece la pena destacar. Pienso por ejemplo en Javier Gomá, que habla del Dios de la esperanza, es decir, no de un Dios dogmático e intransigente, quizá más sujeto a tradiciones humanas. El Dios de la esperanza se sitúa en la clave de la misericordia y el acoger a todos, sin exclusiones. Gomá es una voz importante, pero es cierto que no se ajusta al grueso de los intelectuales contemporáneos, que parecen estar preocupados por no molestar a nadie; más bien, dan la impresión de querer recluirse en sus cuarteles de invierno, sin entrar en temas conflictivos. Yo mismo puedo tener una leve experiencia de esto último que comento, y es que alguna vez me han llegado a insinuar algo como ‘escribe de lo que quieras, pero no te metas en líos’. Hay cuestiones donde es preferible no opinar, por ejemplo de la Guerra Civil Española. O también de los conflictos que pueden estar dándose en el seno de la Iglesia Católica, entre los que son partidarios del reformismo iniciado por el papa Francisco y los que parecen casi nostálgicos del Concilio de Trento.

Opinar es meterse en un avispero donde vas a perder apoyos, que al cabo se traducen en número de lectores. Los intelectuales están como retraídos, amordazados por el miedo de que sus libros no encuentren en el mercado el hueco que ellos buscan. Y yo me pregunto dónde habrán quedado voces como la de Albert Camus, que se atrevió en un momento en que la izquierda disfrutaba de un apoyo muy amplio, a denunciar los crímenes de la Unión Soviética, pese a ser perfectamente consciente de que aquello iba a tener un coste. Sin embargo, lo asumió. Bertrand Russell también ha sido un intelectual al que yo admiro. Y también teólogos como Karl Barth, que en su momento se negó a hacer el saludo nazi y mantuvo una actitud muy ética, o Jürgen Moltmann. Pero ahora parece que el intelectual se ha puesto al nivel del mercado, en cuanto a que él es un producto que necesita venderse. Esto, claro está, nos lleva a la pérdida de referencias.

El fatalismo también es fruto de esta crisis ¿cómo puede ayudar el cristianismo a contraponerlo con la honda experiencia de la persona y su cuidado?

Yo soy un entusiasta del papa Francisco, y me ha encantado su última encíclica ‘Fratelli Tutti’. Creo que pone el foco en las dos grandes aportaciones del cristianismo, que para mí son la fraternidad y la esperanza. Hanna Arendt, que no era creyente, en ‘La condición humana’ reivindica la idea del perdón y no le cuesta ningún trabajo decir que es aportación del cristianismo. El perdón como posibilidad de volver a empezar, liquidar un pasado que te avergüenza y avanzar hacia una actitud distinta. Yo creo que el cristianismo aporta fraternidad. Sin el prójimo, sin dar de comer al hambriento, ni techo al que pase precariedad, estamos siendo infieles al cristianismo. José María Valverde decía que nunca llegó a pensar que Dios le fuera a preguntar si rezaba diariamente, sino más bien si ayudaba al que sufría, cobijó al que estaba desamparado, compartió con el que no tenía nada. Este acento en la fraternidad es fundamental.

Y luego la esperanza, es decir, la gracia de no entender la muerte como límite irrebasable, sino como un tránsito a una plenitud. Yo creo que tiene muchas cosas que aportar el cristianismo en este momento.

¿Pero crees que aunque sea poco a poco, se va rompiendo esta quietud y la Iglesia se va abriendo al debate actual?

Echo de menos la época en que los intelectuales católicos tenían más prestigio. En España hemos tenido grandes intelectuales católicos; por ejemplo, Julián Marías, que fue una voz extraordinaria. O Aranguren, o Pedro Laín Entralgo. Eran católicos que simpatizaron con el Concilio Vaticano II y yo creo que la Iglesia, desde mi punto de vista, debería retomar con fuerza el impulso renovador de aquel momento histórico y desde ahí, ir avanzando en cuestiones que son polémicas, tratando siempre de ir más lejos. Y creo además que la comunidad cristiana debe manifestarse para dar a Roma mayor respaldo. Pensemos en la parte de la Iglesia que es partidaria del celibato opcional. Yo mismo lo soy. Creo que sería mucho más razonable. Y también me gustaría que algún día las mujeres puedan ser ordenadas. Habrá a quienes esto les parezca una herejía, pero yo creo que este tipo de reformas podría acercar la Iglesia a la sociedad y permitir que tenga una influencia más fecunda.

Con todo, lo que sí me parece más peligroso es el sector del catolicismo que se acerca a las posturas de populismos políticos, cuyos argumentos traicionan la esencia del Evangelio. A mí me parecería escandaloso que a causa de tendencias de este tipo, el catolicismo pudiera convertirse en fundamentalismo. Por eso es tan importante que la renovación continúe y que sea más radical, que llegue más lejos.

En mi experiencia como profesor de instituto durante más de veinte años he podido observar cómo entre los jóvenes existe mucho rechazo hacia el cristianismo precisamente por la intolerancia de la Iglesia para con determinadas minorías. Con todo, desde el seno de la Iglesia siempre nacerán figuras que, fascinadas por Jesús, han optado por seguirle con radicalidad, y que para mí podrían decirse de ellos que son auténticos ejemplos de cristianismo. De parte de los Misioneros Claretianos pienso, por haber fallecido hace poco, en Pedro Casaldáliga. Y yo rezo porque se inunde la Iglesia de ese mismo espíritu. Y es que como no vengan más ‘casaldáligas’ o ‘arrupes’, ¿quiénes ocuparán su lugar?

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