Observar la vida, el mundo y las personas es una práctica inusual. Todo funciona a nuestro alrededor demasiado deprisa. Pararse para tomar conciencia de lo que nos rodea, empieza a ser un privilegio, cuando no una reivindicación, la de quien no quiere verse desbordado por los acontecimientos. Abrir los ojos a la realidad es casi una protesta. Hacerlo como creyente, es una rareza. Esto es lo que pretende Miguel Tombilla, autor de Tiempos pequeños: ver el mundo con los ojos de un creyente actual, moderno y nada convencional.

Hay grandes relatos que configuran nuestra vida, pero que no siempre son ni los más importantes ni los más decisivos. La política, la economía, las noticias, etc., están más allá de lo que verdaderamente nos preocupa y ocupa. Nos roban la capacidad de encontrar un sentido a lo personal, cotidiano y normal. En los sermones y homilías hay también mucha grandilocuencia y desconexión con la realidad. El autor de este libro quiere ver lo extraordinario en lo ordinario, conectar la fe con la vida. Este es su material para los “pequeños” relatos que, a lo mejor, no lo son tales. Un material poético y propicio para pensar y vivir creyendo.

Este es un libro recomendable para quien quiera meditar despacio. En la obra la espiritualidad y la vida se dan la mano -Loquillo y Rahner pueden compartir página- y todo ello con un estilo poético, que saca el jugo a la vida normal, la bebida refrescante de quien quiere creer, y aún puede hacerlo sin mistificaciones. El libro se articula según los tiempos del año litúrgico. No son tiempos fuertes, sino experiencias normales, las que sirven para releer el Evangelio a la luz de lo que ocurre en el mundo. En todo el recorrido, el autor rescata a una figura refrescante: Jesús, pero sin solemnidad, cercano e interpelante. Su voz, tacto, palabra, gestos, enseñanzas…, aparecen en el texto, rescatando su actualidad para
el lector. Las palabras, que pudieran ser lugares comunes (amor, comunidad, justicia, paciencia, etc.), se convierten en una posibilidad para despertar la sensibilidad a otros espacios de fe.

El libro es un antídoto contra la prisa. Una buena guía para el camino de quienes quieren pensar más allá de ciento cincuenta caracteres.