Son dos las razones por las que no resultó, en el fondo, tan novedoso que el Papa Francisco se decidiera a ofrecernos una encíclica sobre ecología. La primera es su preocupación por un discernimiento sobre las políticas e iniciativas que nos puedan conducir a un auténtico desarrollo integral. La segunda es porque hace ya varias décadas que el tema llevaba reflexionándose en el seno de la Iglesia, bajo los pontificados de sus dos antecesores. Lo que sí resulta hoy llamativo, vistos estos tres años desde que fuera publicada, es constatar que el documento ha tenido más popularidad en el mundo laico que en la Iglesia.

Fue llamativo el caso de la Cumbre del Clima de París de 2015, celebrada semanas después de la publicación de la encíclica de Francisco. Participantes en ella aseguran que ésta supuso un espaldarazo en la lucha contra el cambio climático. Para Juan Carlos del Olmo, secretario general de WWF fue “el principio del fin de los combustibles fósiles”. La impronta del Papa instó a que las principales potencias hicieran algo más que contentarse dejando pasar esta oportunidad para cumplir el expediente, y que asumieran la urgencia de un acuerdo.

Con la (mal) llamada encíclica verde de Francisco, la Iglesia defiende la dignidad del hombre, con propuestas concretas en lo social, en lo político y en lo económico; y lo hace ofreciendo una palabra desde el horizonte de la esperanza cristiana. Se mete de lleno en el debate social sobre las complejas problemáticas de injusticia que tienen su origen en los procesos de degradación del medio ambiente. El Dr. Anthony Annett, que trabaja en el Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz y la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, resume el documento final de reunión celebrada en el Vaticano en septiembre de 2016, subrayando la novedad de la encíclica con estas palabras: “El tema dominante de Laudato si’ es el de la conexión. El florecimiento humano se basa en el respeto por los lazos que unen a las personas entre sí y con la creación; en el respeto por la dignidad de cada persona y el valor de todos los seres creados. Sin embargo, gracias a una ideología desordenada y a una mentalidad errónea, estos vínculos se han desgastado y en la desconexión está en el origen de nuestras crisis económicas, sociales y ambientales […] La reconexión –que, a su vez, pide la conversión tanto a nivel individual como institucional– es realmente la única solución viable a nuestros problemas colectivos. Es por eso que el Papa llama a una ‘revolución cultural’ que transforma nuestra noción de progreso y la forma en que miramos al mundo Por tanto, si vamos a las causas, Francisco muestra cómo de fino sabe hilar, poniendo el foco de su crítica en esta antropología desquiciada, la misma que deja al descubierto la falta de ética en nuestros sistemas de negocio. Donde importe más las cuentas de resultados que cualquier respeto a los derechos humanos, urge reconectarnos con aquellas cosas que realmente nos permiten realizarnos, desarrollarnos, vivir.

La problemática social y la medioambiental, abordadas de forma conjunta

El grito de la tierra y el grito de los pobres son el mismo. Dice el papa: “las dos son la misma crisis, con diferentes manifestaciones, según los países o las zonas del mundo, pero hay una única crisis que es socio-ambiental”. El jesuita Julio L. Martínez, en la conferencia dada en el Campus Cultural de la Universidad de Cantabria el año pasado, lo explica con estas palabras: “Hoy el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos y de la relación de cada persona consigo misma. Este es un tema que también aborda claramente el Papa, y que a mucho ecologista se le olvida o ni siquiera lo atisba. Es decir, cómo nos llevan todas estas cuestiones a plantearnos quiénes somos, cómo nos conocemos, cómo nos afectamos… Porque la crisis tiene que ver con todas estas cuestiones laborales, familiares, urbanas y de la relación de la persona consigo misma. Por eso se trata de buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales y los sistemas sociales en esta sola y compleja crisis socio-ambiental”.

Aquí está el meollo de la encíclica, sobre todo porque el mundo que hemos recibido también pertenece a los que nos seguirán (Cf. LS, 159). En este sentido, puede tener cabida un relato abreviado de Gabriel García Márquez, que quizá sirva para iluminar el concepto de ecología integral, o ecología humana, nudo gordiano de la encíclica de Francisco: «Érase un científico que estaba plenamente entregado a investigar en pro de la defensa de la naturaleza. Pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas a sus dudas. Cierto día, su hijo de 7 años invadió su santuario decidido a ayudar a su padre… El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado… Para distraerlo, se sirvió de una revista en donde encontró un mapamundi… Con unas tijeras recortó el mapa en muchos pedazos y se lo entregó a su hijo diciendo: como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo troceado para que lo repares tú solito. Pensó que al pequeño le llevaría mucho tiempo recomponerlo y que le dejaría tranquilo en su trabajo de investigación; pero para su sorpresa al poco tiempo volvió a escuchar la voz del niño: Papá, papá, ya conseguí terminarlo. El científico levantó la vista de sus anotaciones, y efectivamente, ¡el mapa estaba completo! El padre perplejo preguntó: Hijo, ¿cómo has sido capaz de recomponer el mundo? El niño respondió: Papá, yo no sabía cómo era la figura del mundo, pero cuando recortaste el mapa de la revista, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Así, que recompuse al hombre, y al dar la vuelta a la hoja, vi que había arreglado el mundo».

Una mirada puesta en el futuro no tan lejano

Tras despertar conciencias y poner a toda la Iglesia en camino, Francisco busca acercarnos cada vez a más a la conversión. Una conversión de modos de pensar y actuar dinamizada por la fe en un Dios que contempló el mundo “y vio que era bueno,” alimentada por una espiritualidad de la sobriedad que trata de vivir bien con lo necesario, sostenida por la confianza en que el cuidado del bien común es condición para el bienestar personal. De esta conversión puede surgir una ética de vida basada en los principios del destino universal de los bienes, la opción preferencial por los pobres, la precaución, la justicia intergeneracional y la solidaridad. Entonces, ¿está el Papa en contra del capitalismo? Aspirar a beneficios con el trabajo es perfectamente comprensible, pero estos no han de ser nunca fetiches ante los que rendir pleitesía, sino instrumentos. Y ahí es donde la política debe recuperar el espacio que parece que le ‘roba’ la economía. Se trata de ofrecer un marco pensando en un bien común. Buen trabajo de conversión –en el sentido de cambiar de dirección en el camino de la vida; pero no con un pequeño ajuste, sino con un verdadero cambio de sentido– es al que estamos llamados. Y para ello –bien sabe el Papa– que necesitamos de motivaciones y de un camino educativo. Dando pasos firmes, el tema definido por Francisco para la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para la región panamazónica que se realizará en octubre de 2019, versará sobre el camino para la Iglesia y para una ecología integral, en consonancia con Laudato Si’. En este sentido, la REPAM ha subrayado que “la asamblea sinodal no se centrará únicamente en los desafíos pastorales que presenta la región panamazónica a la Iglesia católica. También analizará aspectos sociales como el rol de los gobiernos, las multinacionales, la corrupción y el narcotráfico”.