El título de la exhortación apostólica  alegraos y regocijaos es una invitación a la alegría y al regocijo. Es ya un indicativo de  cómo se presenta  la vocación universal a la santidad. Tal vez la palabra santidad no tenga una acogida positiva en el actual imaginario colectivo.  El objetivo de esta exhortación apostólica es hacer resonar una vez más la llamada a la santidad. Ya el Concilio Vaticano II había reafirmado la vocación universal a la santidad. El Papa Francisco pretende encarnar esa llamada en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades.

1. Los santos cercanos

Los santos protegen, sostienen y conducen. Están cerca de nosotros. Pueden ser nuestra madre o nuestra abuela. No son solo los beatificados y canonizados. La santidad es característica del pueblo de Dios que peregrina en la Historia. Somos el pueblo santo de Dios padre. La santidad del pueblo paciente y del pueblo militante. Hay santos en la puerta de al lado. Existen muchos modelos que encarnan dimensiones de la santidad eclesial, pero cada persona tiene un camino personal.

La santidad consiste en el amor testimoniado en las ocupaciones cotidianas.  Se expresa en los pequeños gestos. Consiste en hacer las obras ordinarias de forma extraordinarias. La santidad  incluye la misión personal en la vida: a la inversa, la misión personal en  la vida es camino de santidad.  La misión  de los santos es reflejar y encarnar un aspecto del Evangelio. De la misma manera que no se puede entender a Cristo sin el reino, no se puede pensar la santidad separada de la actividad. Somos llamados a ser contemplativos en la acción, es decir, en la propia misión (GE26). La santidad nos hace más vivos y más humanos, más libres y más dignos.

2. Los enemigos de la santidad

El Papa señala dos enemigos; dice que son sutiles; les da nombre: El gnosticismo  y pelagianismo. Se trata de herejías de los primeros siglos de  la Iglesia, que están de “alarmante actualidad”. Se señalan los efectos negativos que consisten en el elitismo narcisista y autoritario, cosa que ya había  denunciado en el Evangelii Gaudium.  Actualmente no se trata de enemigos de la Iglesia, sino de grupos cristianos. También hace un recuento de los que buscan la justificación por las obras. “Adoran su propia voluntad y la propia capacidad que se traduce en una autocomplacencia egocéntrica y elitista privada de verdadero amor”( GE 57). Y añade un buen muestrario: obsesión por la ley, la fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, la vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, el embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autoreferencial.

3. Inspiración evangélica

La exhortación fundamenta el estilo de santidad en las bienaventuranzas. Hace una lectura actualizada de las mismas. Recuerda que bienaventurado y feliz son sinónimo de santo. Las palabras de Jesús sobre la felicidad son contraculturales, “van muy a contracorriente con respecto a las que es costumbre”. Resulta significativo que añada a las bienaventuranzas la referencia a  la escena del  juicio según Mt 25, en el que Cristo se identifica con el pobre, el enfermo, el encarcelado, el desnudo… Lo denomina el protocolo sobre el que seremos juzgados. Menciona una idea  ya conocida, según la cual se trata de una página de la cristología, que ilumina el misterio de Cristo.