No hay distancia entre el acontecimiento que se cumple y cuantos participan de su misterio, dice Francisco en la Carta Apostólica ‘Admirabile Signum’. Hay un buen número de formidables historias a lo largo de los siglos que muestran el mundo desde la esperanza y que nos acercan a acontecimientos que invitan a ponerse espiritualmente en camino. Hay también múltiples maneras de seguir contemplando distintas versiones de escenas de la Navidad. Bien es cierto, como dice el papa, que éstas salvan el trecho que media entre el primer misterio y el próximo que celebremos, entre aquel Niño Dios que vino al mundo hace más de dos mil años y el que quiere seguir naciendo hoy.

José Mª Martínez Manero | Lo dice san Pedro, en el libro de los Hechos, citando al profeta Joel. Dice que nuestros jóvenes verán visiones, y los ancianos soñarán sueños cuando Dios derrame su Espíritu sobre la debilidad humana (carne). Y es lo que pasa en la maravilla de intercambio que celebra el misterio de la Navidad, un Dios que se hace hombre para que el hombre se haga Dios. Un desposorio que arranca en la cámara nupcial del seno de una joven de Nazaret, María, cuando el Espíritu del Señor desciende sobre ella. Si nos ponemos algo solemnes, tendremos que decir que cuando el Logos asume la condición humana, gracias al «Sí» de esta joven, se está deposando con toda la comunidad humana. Los Padres de la Iglesia y la primera liturgia quedan presos del asombro en la contemplación de este misterio. Y el asombro se desborda en gozosa alabanza. Véase, por ejemplo, la profusión de villancicos de todo género, tiempo y lugar, expresión popular de ese admirable intercambio de lo divino y lo humano.

Problema. ¿Cómo explicar a alumnos de Secundaria y Bachillerato, por ejemplo, estas teologías que indagan en un misterio, por otra parte tan decisivo para el devenir de la historia? Eso sí es fácil de comprobar desde hace siglos en la cultura. ¿Cómo hablarles de regeneración, divinización, fraternidad universal, liberación? Porque todo eso, y más, conlleva el misterio de la Navidad cuando no se le pone ritualmente fecha de caducidad el siete de enero. Hay manera de explicarlo. Pues jóvenes hay que, tocados por ese Espíritu, encarnan esas visiones, y nos pueden contar lo que han visto y oído.

Estaba escrito

Antonio tiene 15 años. Es de Canarias, pero está en Madrid para tratarse de un cáncer de médula. En el hospital se encuentra de manera fortuita con Manolo, padre de familia, de mediana edad, perdido, con dos hijos, el mayor de 13 años. Coinciden en la sala de espera para hacerse un TAC. Establecen relación y, pronto, cierta amistad. Antonio es despierto, y algo liante. Hijo de madre soltera. Una de las veces que Mari Luz, la madre de Antonio,  le pide a Manolo que haga compañía a su hijo en el hospital -ella tiene que trabajar- Antonio le espeta a Manolo en el pasillo:

            – ¿Tú crees en Dios?

            – Antes creía. Ahora no.

            – Yo al revés, antes nada. Y ahora no tengo duda. Lo de arriba es una paraíso. Y ahí voy,       derechito, sin pasar por la cárcel. Mi madre, en cambio, se quedará aquí sola. Y como tú, no cree en nada. Va a pensar que no existo.

            – Bah, Antonio, seguro que te vas a curar.

            – Manolo, tío, me caes bien, pero no me digas lo que todos me dicen. Que lo tengo    muy complicado. ¿Estamos?

            – Sí, sí, sí. Estamos.

Manolo invita a Mari Luz y Antonio a su casa a la cena de Nochebuena. Noche ¿qué?, había dicho antes Mari Luz. Y Antonio provoca primero el desconcierto y luego el milagro. Una verdadera catarsis donde afloran los verdaderos secretos que guarda cada corazón en lo más recóndito. Él querría tener abuela, pero su madre no se habla con ella desde hace tres años. Ni siquiera por Navidad. De hecho, Mari Luz no se pone al teléfono cuando llama la abuela para felicitarles la Navidad.

            -Tengo cáncer, pero no tengo abuela.

Iñaqui, el hijo de Manolo, de 13 años: Yo quiero que mis padres no se separen. La niña, Elena, su hermana, pide inmediatamente cambiar su deseo de ir a Disney para pedir lo mismo que su hermano. La abuela de los niños, que ha venido de la residencia de ancianos con una amiga, donde viven,  trata de quitar hierro a la situación: Las Navidades están para eso, para discutir en familia. La Navidad no es un barniz de azúcar para ocultar, siquiera sea por unos días, las frustraciones de la vida. La Navidad supone un reto tan formidable que solo quienes acogen a ese Espíritu que se derrama pueden comprenderla en su verdadera hondura. Por eso disfrazamos tantas veces nuestra impotencia con el chiste fácil que le dicen a Manolo: ¿Qué, cómo se presentan las Navidades, bien o en familia? El Niño de Belén trae Padre. Y cuando no hay Padre, hay orfandad.

Manolo ya se había acostumbrado, para asombro del psicólogo, a calificar con un tres, suspenso bajo, el tema de su familia. Antes se comía el tarro, dice, pero ya no se preocupa. Ahora sin embargo puede contemplar, admirado, que tras abrir su casa al peregrino, al extranjero, al vecino que vive encerrado solo, en una sobremesa donde todos están pendientes de todos, que el milagro se ha producido. Al volver de dejar a Mari Luz y Antonio en su piso de acogida, Manolo encuentra a su hijo Iñaqui ya acostado, pero en vela. El mismo hijo al que ha despachado poco antes con un desabrido «vete a hacer los deberes» cuando le pregunta, con gran esfuerzo, si se va a separar de su madre. Ahora, haciendo bueno, de la forma más natural, lo que nos recomiendan las liturgias, que no debemos dormir la noche santa:

            – Papá, ven.

            – ¿Qué pasa?

            -¿No es increíble?

            – ¿El qué?

            – Lo de esta noche. Es la mejor Navidad con diferencia. ¿No crees?

            – Sí. Creo que sí.

El breve diálogo lo rubrica un sentido abrazo del niño a su padre. Bella forma de decir paz en la tierra. Seguida inmediatamente de la paz con Beatriz, su mujer, amasada en el lecho con un perdón humilde por ambas partes y el encuentro de lo humano y lo divino que bendice el sacramento.

La mañana de Navidad amanece mañana de Pascua. Mari Luz salta contenta en la cama con el regalo que le va a gustar mucho a Antonio. Su hijo no responde. Ya en el hospital le dicen que Antonio ha luchado como un campeón… pero la quimio experimental no responde. La madre se ve impotente. No tiene el regalo que le gustaría hacerle a su hijo. Pero Antonio ya ha recibido lo que ella no le puede dar. Antonio reparte fortaleza -fruto del Espíritu- a todo el mundo, empezando por la niña, que siempre hace las preguntas importantes.

            – Eh, Elena, ¿qué te pasa?

            – Que estás muy malito.

            – Pero eso no es nada nuevo. Te voy a contar un secreto. Estoy aquí en una misión     secreta. Mi jefe es Dios. Y me mandó a la tierra a ayudar. Pero tenía que enfermarme.     Era parte del trato.

Así lo escribe en carta póstuma: Terminé mi misión. Eco del «Está cumplido» del Crucificado. Antonio ha completado su pascua personal; con onda expansiva, como corresponde a toda pascua que se precie, y reconocerá Manolo: Algo nos había hecho Antonio. Nos dio un empujón o nos hizo un hechizo pero no éramos los mismos que hace unos días. Yo el que menos. Me devolvió mis ganas de vivir y consiguió que recuperase a mi familia.

Antes de volver a Canarias, celebra anticipadamente la comida pascual de despedida hacia la eternidad con la nueva familia nacida de la fe que él vive. Su muerte nos hace más fuerte a todos, oímos en su funeral.

La fe mueve montañas, y algo ha tenido que ver, adivina uno, en todo esto la tía Maruchi, cuya misteriosa presencia recorre toda la historia de principio a fin. Lo primero que hará nada más llegar a Canarias, dice Antonio, será darle un abrazo a la tía Maruchi. La quiere más que a mí, protesta Mari Luz. Desde luego, confirma Antonio.

Parecería cuento de Navidad, pero es historia. La historia de Antonio González Valerón, fallecido en marzo de 2009, a los 16 años recién cumplidos. Hay historias que solo se pueden contar revestidas con el ropaje literario del cuento si se quiere hacer justicia a su hondura. Así lo cuenta Paco Arango, que conoció a Antonio, en su película MAKTUB (2011), en árabe, ESTABA ESCRITO.

CODA: Nuestra playa eres tú

Al rapero Antonio, sus amigos le dedican un rap:

Hoy, como cada noche, miro al cielo y te recuerdo,

pues eres tú la luz que nos guía cuando buscamos la salida.

Y es que yo aprendí que…

no es más grande quien más ocupa sino…

quien más vacío deja cuando se va.

Firmado: Tus amigos, que no te olvidan.

Nuestra playa eres tú.

Nos bañaste de luz.

¡FELIZ NAVIDAD!